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Óleo-lienzo
Algunas tardes, tras salir de clase y sin tener nada mejor
que hacer, Carlos, Manolo y yo nos dedicábamos a vagar y vaguear por la “calle la Bola ” y terminábamos la
jornada indefectiblemente asomados al abismo del Tajo, por la Alameda o por el Paseo de
los Ingleses, desde el que lanzábamos piedrecitas envueltas en papel blanco
para ver si conseguíamos divisarlas cuando tocaran el fondo. Mientras tanto, el
sol nos iba dando su “hasta mañana” dorado desde la sierra de Grazalema.
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